Es notable la manera en que ha crecido la incredulidad en nuestro tiempo. Los fracasos o el incumplimiento de proyectos públicos, el descubrimiento de la deshonestidad de los referentes en diferentes ámbitos, la insensibilidad y el individualismo son sin duda algunos elementos que la han originado.
Pero la incredulidad se torna crítica cuando la exhiben los más pequeños. Aunque paradójicamente están bombardeados por películas y juegos fantasiosos, cuesta sacarlos de la realidad virtual e interesarlos en la vida espiritual.
Saber algo de Dios no parece atraerles demasiado, y aunque concurran a actividades religiosas, su interés es limitado y hasta algunos por circunstancias particulares, muestran su rechazo.
Se ha acuñado la idea de que Dios es un anciano benevolente que finalmente perdonara todas nuestras faltas. Pero aunque su perdón y misericordia exceden nuestra comprensión, es igualmente cierto que cuando nos apartamos de sus mandamientos, no nos irá bien.
“El Señor nuestro Dios nos mandó poner en práctica todos estos mandamientos y tenerle reverencia, para que nos vaya bien y para que él nos conserve la vida como hasta ahora. Y tendremos justicia cuando cumplamos cuidadosamente estos mandamientos ante el Señor nuestro Dios, tal como nos lo ha ordenado.”
(Deuteronomio 6:24,25)
Enseñar y practicar los mandamientos de Dios, no se convierten entonces en una alternativa más para enfrentar la vida sino en la única posibilidad para desarrollarla con cabal conciencia de su trascendencia y valor.
Guido Micozzi